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ERA CAMINANTE CONVENCIDO Y NOCTÁMBULO CALLEJERO ...

Buscaba independencia por inquietud personal y libertad por derecho propio. Quiso conquistar la amistad de su dignidad, pero para ello tuvo que pagar una absurda y cínica deuda jamás contraida, que fiscalizó su vida y la de los suyos. Finalmente cayó en la trampa de la tarántula institucional, de la que sólo le separa una fría y seca tapadera semiabierta...

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lunes, 31 de octubre de 2011

Somos 7.000 millones

 

El planeta tiene ya 7.000 millones de habitantes y en 2050 probablemente superará los 9.000 millones. ¿Estamos preparados para afrontar los retos que se esconden detrás de estas cifras?

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foto: PAVEL RAHMAN (AP)

Miles de bangladesíes musulmanes tratan de volver a sus casas subidos a un tren, tras haber participado en unas ceremonias religiosas en el rio Turag

El incremento de la población nos obliga a enfrentarnos a problemas complejos en el ámbito de la alimentación, los recursos energéticos, el medio ambiente o la política de migraciones. Un panorama para el que no tenemos precedentes normativos o institucionales. ¿Debemos limitar el crecimiento de la población o aprender a gestionar los recursos de manera más eficiente y sostenible? ¿Es un problema de cuántos o es un problema de cómo?

¿Tenemos planeta para tanta gente?

Gonzalo Fanjul. Autor del blog 3.500 Millones.

En algún momento de esta semana el planeta habrá alcanzado los 7.000 millones de habitantes. Mil millones más que hace doce años y el doble que a finales de los sesenta. El crecimiento acelerado de la población mundial dispara las alarmas malthusianas sobre el agotamiento de los recursos naturales y la brecha demográfica entre las diferentes regiones del mundo. ¿Podemos gestionar un planeta con tanta gente?

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La idea de una población que podría superar los 9.000 millones de personas en 2050 plantea retos en ámbitos tan fundamentales como la producción agraria, el abastecimiento energético o la conformación de los mercados globales de trabajo. Cada uno de ellos está sujeto a un complejo equilibrio de necesidades y limitaciones físicas y políticas. En palabras de Alex Evans, director del programa de la Universidad de Nueva York sobre Globalización y Escasez: “La globalización ha mejorado los estándares de vida de millones de personas, pero la creciente escasez de recursos implica que [el sistema] corre el riesgo de ser víctima de su propio éxito”.

Pensemos, por ejemplo, en la alimentación. Aunque en este momento el número de personas que pasa hambre se acerca a los mil millones, los expertos coinciden en que el planeta todavía produce alimentos suficientes para abastecer a la población mundial. El futuro, sin embargo, sugiere un panorama más sombrío. De acuerdo con los datos de la FAO, las necesidades alimentarias de la población en 2050 podrían incrementarse en un 70% con respecto a las actuales, lo que supone un verdadero reto para un sistema productivo que ha empezado a tantear sus límites. La extensión de tierra disponible para la producción agraria tocó techo a principios de la pasada década, mientras que el crecimiento del rendimiento medio de los cultivos ha caído a la mitad desde 1960 como consecuencia del agotamiento de los recursos y los efectos del calentamiento global. En otras palabras, en el futuro estaremos obligados a producir más con menos, lo que ya ha convertido a muchas regiones pobres en el escenario de una competición internacional por el control de recursos estratégicos como la tierra o el agua.

Las necesidades alimentarias podrían crecer un 70% de aquí a 2050, según la FAO

Pero la variable poblacional que posiblemente despierte más recelos sociales y políticos es la que se refiere al futuro de los mercados globales de trabajo, cuya composición escapa a menudo al control de los gobiernos. Un influyente estudio realizado en 2008 por la Universidad de Harvard y el Center for Global Development establecía que un inmigrante medio que llega a los EEUU multiplica por tres su capacidad adquisitiva, además de acceder a redes de protección impensables en su país de origen. Los datos con respecto a Europa no son muy diferentes. Mientras tanto, las tendencias presentadas esta semana por el Fondo de Población de las Naciones Unidas siguen mostrando un planeta en el que las generaciones más jóvenes se concentran en los países pobres y las más ancianas en el mundo desarrollado; un mundo cuyo sistema de protección social necesita una pirámide de población de base ancha. Lant Pritchett, profesor de Harvard y uno de los autores del estudio, nos expresaba el dilema en estos términos: “La fuerza de los inevitables cambios demográficos que crean demanda en los países ricos y oferta en los países pobres va a ser demasiado poderosa para la capacidad coercitiva de las barreras fronterizas”.

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Ante este panorama, ¿podemos limitar el crecimiento de la población o estamos condenados a gestionar un planeta con más habitantes? Algunos de los países afectados por las altas tasas de crecimiento llevan décadas impulsando iniciativas más o menos agresivas de control de la fertilidad, desde la política de un único hijo en China hasta los programas masivos de esterilización de la India, que alcanzan al 37% de las mujeres que hasta entonces usaban otros métodos anticonceptivos. Sin embargo, no solo estas políticas han demostrado ser ineficaces a la hora de detener el crecimiento acelerado de la población, sino que han derivado en consecuencias indeseables como la selección de fetos por razones de género. De acuerdo con un reciente informe del Banco Mundial, solo en China el número de niñas ‘no nacidas’ podría superar el millón anual.

En algunas regiones ya ha empezado la competición por controlar la tierra o el agua

No hay balas de plata. Los expertos e informes consultados para elaborar este reportaje sugieren que la respuesta a la superpoblación es el camino largo del desarrollo y las soluciones cooperativas. Por un lado, solo de este modo podemos garantizar la sostenibilidad social y ecológica del planeta; por otro, la prosperidad económica y el acceso a oportunidades como la educación han demostrado ser el modo más eficaz de reducir las tasas de fecundidad. Preguntado por la posibilidad de establecer ‘islas de prosperidad’, Ignacio Pérez Arriaga, profesor del MIT y de la Universidad de Comillas, recurre al ejemplo de la lucha contra el cambio climático: “Si el objetivo es reducir las emisiones globales, una Europa aislada solo controla el 20% del problema. Lo que importa es lo que hagan los demás”.

Pérez Arriaga es parte de un grupo de expertos que asesoran a la Comisión Europea en la elaboración de una hoja de ruta energética para el período 2020-2050. En su opinión, no hay nada imposible en la idea de un planeta que cuente con un abastecimiento energético estable y dentro de los límites ecológicos. Pero eso exigirá un doble esfuerzo: el del ahorro y la eficiencia, “con los que se puede llegar muy lejos”, y el de la transformación de nuestras fuentes de suministro, que pasa por “renovables, renovables y renovables hasta hacerlas competitivas frente a unos combustibles contaminantes que serán cada vez más caros”.

Una de las claves es la desvinculación de los modelos de crecimiento económico del uso intensivo de recursos como el agua o la energía, garantizando una distribución más justa del reparto de cuotas de consumo. El Panel Internacional de Recursos de Naciones Unidas mostró recientemente que un canadiense medio utiliza cuatro veces más recursos que un indio. Esta brecha en las huellas ecológicas está derivada, por ejemplo, de una dieta basada en el consumo habitual de carne, cuya producción exige doce veces más agua que el trigo y genera veinte veces más emisiones de CO2.

Un canadiense medio utiliza cuatro veces más recursos que un indio

Robert Bailey, investigador sénior del think-tank británico Chatham House, explicaba para este periódico en términos similares los retos del sistema alimentario: “las escaladas en los precios de los alimentos de 2008 y 2011 fueron llamadas de atención. No sé cuál puede ser el peor escenario, pero tengo la certeza de que en el futuro veremos shocks más graves. ¿Qué ocurriría si se produjese una sucesión rápida de eventos similares a los que ya hemos visto, como una ola de calor en Rusia o la alteración del monzón en Asia del este? ¿Qué ocurriría si los gobiernos reaccionasen bloqueando las exportaciones y agravando la escalada de precios de alimentos, como ya hicieron en 2008? Podemos alimentar a un planeta de 9.000 millones de habitantes, pero va a requerir mucho más de lo que estamos haciendo ahora.”

Organizaciones internacionales como Oxfam y la FAO han coincidido recientemente en la necesidad de reformar los mercados agroalimentarios si queremos evitar un futuro marcado por la volatilidad de los precios y la recurrencia de las hambrunas. Su estrategia está basada en la protección legal de recursos esenciales como la tierra, el fin de la competencia desleal de los países ricos y el apoyo a la agricultura familiar de las regiones más vulnerables, empezando por África subsahariana.

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Pero no siempre es suficiente con más recursos y voluntad política. El incremento de la población nos obligará a enfrentarnos a problemas complejos para los que, sencillamente, no existen precedentes normativos o institucionales. La flexibilización de los regímenes migratorios, por ejemplo, exigirá lo que el Centro de Desarrollo de la OCDE ha denominado un “sistema emergente para la movilidad laboral internacional”. Un sistema nuevo, concebido para encontrar un equilibrio de riesgos y oportunidades entre los países de origen, los de destino y los propios emigrantes.

La respuesta al dilema migratorio exigirá combinar el cambio de actitudes individuales con la financiación, la iniciativa política y la imaginación de actores públicos y privados. Son las mismas variables que serán necesarias para establecer mercados energéticos y agroalimentarios más justos y sostenibles. El verdadero reto demográfico no es cuántos somos, sino cómo.

FUENTE:

http://www.elpais.com/especial/7000-millones/

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